viernes, 7 de octubre de 2011

Causa, efecto y procrastinación evidente

-Deberías estar eligiendo.
-Pero qué dices, si lo estoy haciendo ahora mismo.

Éstas y otras conversaciones son las que tengo conmigo misma a lo largo del día. En un futuro me pagarán por publicarlas y la ostia al caer de la cama y despertar será monumental. Ahora pongámonos serios por un segundo. ¿Alguien se ha parado a pensar a qué nos dedicamos en la vida? Pues a elegir. Ni más ni menos.

Muchos dirán que me baje de la moto y que a todos nos toca vivir lo que nos toca vivir. No voy a negar eso. Es más, estoy de acuerdo. El problema es que los seres humanos somos muy tremendistas y siempre tenemos a pensar en cosas grandes y ver el bosque en lugar de los árboles (porque yo voy al revés) y blá, blá, blá. Ya me entendéis. Nos dedicamos a elegir, amigos míos. Por ejemplo, yo en este momento he elegido escuchar a Chopin y eso ha tenido unas consecuencias. Causa y efecto. La consecuencia inmediata, en mi persona, al escuchar a Chopin, es siempre la misma. Un torrente de pensamientos y diarrea mental que no siempre es bueno. Es gracioso, puesto que la elección que he tomado me ha llevado a hablar de elecciones a pequeña escala.

Todo esto suena a verborrea barata. Lo sé, ¿qué me vais a contar? Si me estoy escuchando pensar, si me estoy leyendo, joder. Pero, ¿qué más da? El caso es que el día tiene veinticuatro horas y a lo largo de ellas nos vemos en la tesitura de elegir cientos de veces. No sé si ir a trabajar en coche o a pie. Y si voy a pie no sé si bajar por aquella calle o cruzar aquel parque. No sé si ponerme la blusa negra o la blusa negra (es verdad, lo siento, yo no tengo ese problema porque toda mi ropa es de ese color, o casi). En fin... creo que el mensaje es claro.

Un momento y mil opciones. ¿Qué puede hacer un ser humano en este momento? Dormir una siesta que se está alargando demasiado. Elegir la ropa que llevará esta noche. Leer el capítulo quince de su novela favorita. Limpiar el polvo al mueble del comedor. Salir del trabajo. Pintar un cuadro. Golpear la cabeza contra un muro. Fumar un cigarrillo. Estudiar el tema dos de tal asignatura. Ver la última película de Woody Allen. Freír un huevo. Llorar. Reír a carcajadas. Cantar bajo la ducha. Cascársela bajo la ducha... Bueno, que existen mil opciones. La cuestión es que no nos damos cuenta de que todo lo que hacemos viene desencadenado por casi todo lo que elegimos y viceversa. Menudo laberinto. Empieza a dolerme la cabeza.

Y para no dejaros con la miel en los labios, os dejo la pieza culpable.



Y a partir de aquí, monstruos.


i.

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