Acabo de leer un artículo sobre una mujer daltónica que se metió cinco pastillazos de LSD en el cuerpo y pintó el cuadro más colorido del mundo. Mira que hay historias, eh, mira que hay historias... Es que cuando voy caminando por la calle lo pienso constantemente. A mí me suenan canciones en los auriculares y no oigo mis pasos, pero voy fijándome en la gente que pasa a mi lado. Cuántas historias tendrán que contar... Voy por la vida de Big Brother del ciudadano medio, como si me hubiera escrito Orwell.
Las historias no deberían morir con nosotros, no deberían desaparecer. Debería existir algún método de exprimir cuentos antes de consumirnos, si las historias que vivimos lo son todo... A mí por ejemplo, como cuando empieza a insistir el sol todos los años, me están saliendo pequitas en la naríz, y las adoro. ¿Tiene eso precio?
Os dejo el cuadro, que siempre contará la historia de cómo su autora estuvo a punto de cascarla por pintarlo, digo yo. Porque Alicia llevaba bien las sustancias, pero en la vida real cinco pastillazos son muchos...
Y a partir de aquí, monstruos.
i.